El científico suizo Albert Hoffman, quien a sus 102 años abandonó este mundo, nació predestinado: tenía la misión de entregarle a la humanidad la llave que le abriría las puertas de la mente y del alma, las puertas de la percepción.
Hoffman fue el primer individuo en ingerir voluntaria e intencionalmente el LSD (dietilamida del acido lisérgico), y el encargado de sintetizar la silocibina presente en los llamado hongos alucinógenos.
Cuando niño tuvo una visión. Caminando por la campiña de su tierra natal, una tarde sintió que el mundo se detenía, pero que el fluir de la vida continuaba. Esto lo marcó para siempre.
Comenzó a investigar sobre el enteógeno de algunas plantas como la scilla y el hongo ergot, una fungosidad que se presenta en los cereales, especialmente en el centeno. En 1938 separa la quitina de éste, pero no encuentra ninguna aplicación científica y archiva el proyecto.
Años más tarde, en plena guerra mundial, el 19 de abril de 1943, en los laboratorios Sandoz, retomó el trabajo y accidentalmente absorbió el ácido por vía cutánea. Los efectos de aquella experiencia lo llevaron tres días más tarde a ingerir voluntariamente 250 microgramos de la sustancia. Aquella tarde tuvo lugar el más famoso paseo en bicicleta.
Cuando el LSD explotó en su cerebro, decidió irse a casa en bicicleta en compañía de su asistente. Nunca supo si iba rápido o si la bicicleta estaba detenida.
Al llegar a casa sintió que se moría. Conscientemente pidió leche para tratar de contrarrestar los efectos. Después de haber hecho –en un instante o en una eternidad– un recorrido por su vida, entró en un momento mágico donde sus sentidos se agudizaban, todo era calmo y placentero. Al otro día no tenía resaca, por el contrario, se sentía energético, y con el pasar de los días el funcionamiento de su cuerpo mejoraba. Y espiritualmente se sentía pleno.
Su descubrimiento fue objeto de investigaciones por parte de agencias de inteligencia que buscaron usarlo para hacer “cantar” a espías enemigos o para lograr el control mental de las masas.
El ácido o LSD llegó a la contracultura gracias a las enseñanzas de Thimoty Leary, quien escribió junto a Richard Alpert (Baba Ram Daas) su obra La Experiencia Sicodélica, donde compara un viaje de ácido con los llamados bardos o pasos hacia la muerte, descriptos en el Libro Tibetano de Los Muertos o Bardo Thodol. Sus conferencias, acompañadas de música y efectos visuales, dieron nacimiento al moviendo hippie.
Intelectuales como Aldous Huxley y médicos como el siquiatra Humphrey Osmond ayudaron a su popularización. Osmond fue el creador del termino “sicodélico”, que significa: “que manifiesta el alma”.
Los escritores Allen Gingsberg y Ken Kesey, los músicos Jimi Hendrix, The Beatles, The Jefferson Airplane, Pink Floyd, Mick Jagger y especialmente los Grateful Dead reconocieron haber experimentado la sinestesia o agudización de los sentidos, lo que los llevó a escribir canciones alusivas.
Los cineastas Dennis Hopper, Peter Fonda y Jack Nicholson realizaron dos películas: The Trip y Easy Rider, en las que se hace énfasis en el uso de LSD. Bill Gates y otros gurús de la cibernética también se echaron su acidito en sus años universitarios.
El ácido, LSD o LSD25 no es una droga recreacional ni para viciosos. Las mafias no han tenido control sobre ella. A través de los años se ha vuelto más difícil su consecución. El LSD ha sido presentado de diferente maneras, desde el legendario cubito de azúcar, pasando por las reconocidas mini tabletas de Orange Sunshine o Purple Haze, las filminas de Window Pane, Ventana o Love Hearts, y las conocidas estampillas decoradas con dragones, notas musicales, Mr. Natural, flores y un sinnúmero de figuras.
Si algún día decide experimentar, primero infórmese, prepárese espiritual y corporalmente, rodéese de gente con buena vibra y récele a San Albert Hoffman.
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