Y había
llegado la hora en que la princesa debió mirar sus pies de barro, su olvidada
conciencia en plena fertilidad de
cultivo en empatía de ecos, laxitud oportuna de reverdecer cutis en espasmódico
violento aroma, en descarga de finitud milimétrica sobre poros famélicos,
pestañas liberadas en abrazo lunar, llamarada polar indecisa, caminante de
cristales rasgados.
SI EL
HAMBRE RUGE, ALIMENTA TU EGO CON LOS JIRONES DE TU PROPIA EXISTENCIA.
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