Hambre,
el metal erótico revienta mis costillas freídas en la pasión de miles de bujías
hirviendo de ojos que vibran. Alimento pero, siempre pero, incompleto,
angustiado, saturado vacío, lento asesinato de células, esperma altruista que
flota por sobre las olas de bebidas gaseosas para morder el gris asfalto del
pensamiento fugaz de las cuotas. Mastico finos elementos flotantes, aves del
futuro fluorescentes, irritante imitación de lágrima desborda desde la cornisa
de la melodramática mentalidad de mamífero deshilachado, marca a fuego del
paria de la humanidad con entrañas, muñeca inflable hiperbólica estrambótica
invita marineros de pijas duras a probar el salvoconducto de la perfecta vulva
plastificada. Deshago jugos gástricos sobre jugos gástricos, sobre jugos
gástricos, alimento concéntrico que vomita la reproducción eterna de la materia
prima desafiliada, huérfana de partículas terrestres, alimentación luz
eléctrica masturbación titilante ojos descentrados sobre cientos de espacios
espejados ausencia de blancas paredes la suma de la saturación espacial empacho
psicológico estilista de mi mero meo estilista de felicidad manicura de
recuerdos que ya no rasguñan recuerdos ahogados bajo millones de toneladas de
mierda vertidas junto a nuestra lápida acaramelada. Sabe a reminiscencias del
sabor de mi paraíso perdido, o tal vez mi paraíso sea la gracia y el consuelo
de los amables inventores de mitos que colaboran con mi elección eligiendo mi
elección, insertando desconsuelos que paren consuelos, vedando mentiras y
procurando una buena digestión de carne mutante precocidad, arribo a salvo y
con la soledad de mis sentidos atrofiados a la pista de la gorda con el vestido
rojo con lentejuelas que de tanto anunciarse como una diosa es observada por
cientos de ojos masculinos apelmazados como una verdadera bestia que en el
fondo de su negra cueva iluminará a gemidos la lúgubre lamentación del bípedo
implume. Corta el cuchillo en movimientos pendulares, y la muerte de los
terneritos nos remiten a nuestra propia invalidez, el paso del tiempo que nos
degüella con su cuchillo, y nuestra propia risa nos espanta como una navaja
sobre nuestra carótida, la risa es liviana, melancolía, peso, algo, huesos de
plomo, hundido en el mar aislado de las voces del amalgamado humor excitable
ante cantos de gloria televisados, ser el tesoro más buscado, la piedra
preciosa, reserva de valor de sudados agentes de bolsa, amante de ballenas,
ombligo de diamante enroscado sobre la gigantesca estructura del árbol
milenario. Trincho tímidas alimañas escondidas en los baldíos, incendio sus
madrigueras y las expongo al rigor de mis pies de azufre que escupen pecado
sobre las frentes azules, mares de azúcar deglutidos por los poros de un
leproso mientras los ojos incrédulos adquieren tapizados impermeables que
reparen la humedad de sus gélidas ideas. Agonizan los bulbos bajo soberbios
molares, lengua como látigo demuele el lomo de la víctima de cristal, el
triturar excita a los asesinos de incertidumbres, como hielo molido
deshaciéndose en el calor del hocico de un borracho. El agua demasiado
pacifista…
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