jueves, 14 de junio de 2012

Un sociólogo en Las Vegas


Hambre, el metal erótico revienta mis costillas freídas en la pasión de miles de bujías hirviendo de ojos que vibran. Alimento pero, siempre pero, incompleto, angustiado, saturado vacío, lento asesinato de células, esperma altruista que flota por sobre las olas de bebidas gaseosas para morder el gris asfalto del pensamiento fugaz de las cuotas. Mastico finos elementos flotantes, aves del futuro fluorescentes, irritante imitación de lágrima desborda desde la cornisa de la melodramática mentalidad de mamífero deshilachado, marca a fuego del paria de la humanidad con entrañas, muñeca inflable hiperbólica estrambótica invita marineros de pijas duras a probar el salvoconducto de la perfecta vulva plastificada. Deshago jugos gástricos sobre jugos gástricos, sobre jugos gástricos, alimento concéntrico que vomita la reproducción eterna de la materia prima desafiliada, huérfana de partículas terrestres, alimentación luz eléctrica masturbación titilante ojos descentrados sobre cientos de espacios espejados ausencia de blancas paredes la suma de la saturación espacial empacho psicológico estilista de mi mero meo estilista de felicidad manicura de recuerdos que ya no rasguñan recuerdos ahogados bajo millones de toneladas de mierda vertidas junto a nuestra lápida acaramelada. Sabe a reminiscencias del sabor de mi paraíso perdido, o tal vez mi paraíso sea la gracia y el consuelo de los amables inventores de mitos que colaboran con mi elección eligiendo mi elección, insertando desconsuelos que paren consuelos, vedando mentiras y procurando una buena digestión de carne mutante precocidad, arribo a salvo y con la soledad de mis sentidos atrofiados a la pista de la gorda con el vestido rojo con lentejuelas que de tanto anunciarse como una diosa es observada por cientos de ojos masculinos apelmazados como una verdadera bestia que en el fondo de su negra cueva iluminará a gemidos la lúgubre lamentación del bípedo implume. Corta el cuchillo en movimientos pendulares, y la muerte de los terneritos nos remiten a nuestra propia invalidez, el paso del tiempo que nos degüella con su cuchillo, y nuestra propia risa nos espanta como una navaja sobre nuestra carótida, la risa es liviana, melancolía, peso, algo, huesos de plomo, hundido en el mar aislado de las voces del amalgamado humor excitable ante cantos de gloria televisados, ser el tesoro más buscado, la piedra preciosa, reserva de valor de sudados agentes de bolsa, amante de ballenas, ombligo de diamante enroscado sobre la gigantesca estructura del árbol milenario. Trincho tímidas alimañas escondidas en los baldíos, incendio sus madrigueras y las expongo al rigor de mis pies de azufre que escupen pecado sobre las frentes azules, mares de azúcar deglutidos por los poros de un leproso mientras los ojos incrédulos adquieren tapizados impermeables que reparen la humedad de sus gélidas ideas. Agonizan los bulbos bajo soberbios molares, lengua como látigo demuele el lomo de la víctima de cristal, el triturar excita a los asesinos de incertidumbres, como hielo molido deshaciéndose en el calor del hocico de un borracho. El agua demasiado pacifista…  

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