jueves, 26 de abril de 2012

Una inyección de tremendina


Ojos saltones observan atónitos el corte de malezas cerebrales, la mente despejada, horror. Las ideas resbalan de vacuo temor, oloroso porvenir de anciana apelmazada se yergue sobre las puntiagudas convicciones. Tu mano equivale a un cuchillo de untar péndulos, los dientes carcomidos por miles de vacunos vengativos, mascado pieza por pieza, miembro por miembro por una vaca rabiosa. Reducto de recuerdos eructa los últimos quehaceres sobre la hierba seca, comercio de último suspiro por placer a crédito, y el calendario asfixia, el reloj mecánico asfixia, el pajarito que picotea el ego candoroso, dejándolo arrinconado como un cachorrito en una noche helada. Construye mi busto visco, con acné y herrumbrado, las mejillas con la mueca rígida de un diplomático, el estertor vacío de una mirada angustiada que sólo encuentra manchas y objetos observando desde su postura inerme la furia seria fuga. Pajarera vacía se mece ante la ventisca de un atardecer de verano, mientras en su interior se asan los obtusos fantasmas desdentados, desheredados, deshilachados, acuchillados por las gélidas garras felinas. Marchan infelices los sonajeros por el desfiladero, la fábrica interna condimenta el corazón de brea, mientras las venas se extinguen a latigazos de sangre coagulada y las cometas estrangulan adolescentes mientras ascienden al cielo, los renacuajos se santiguan ante el inexorable desierto ardiendo, ante la prisión de oasis que los arrastra desesperadamente en la inmensidad. Miles de dioses inmortales se inmolan en un cráter dinamitado al grito de la solidez de las ideas.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario