Ojos saltones observan atónitos
el corte de malezas cerebrales, la mente despejada, horror. Las ideas resbalan
de vacuo temor, oloroso porvenir de anciana apelmazada se yergue sobre las
puntiagudas convicciones. Tu mano equivale a un cuchillo de untar péndulos, los
dientes carcomidos por miles de vacunos vengativos, mascado pieza por pieza,
miembro por miembro por una vaca rabiosa. Reducto de recuerdos eructa los
últimos quehaceres sobre la hierba seca, comercio de último suspiro por placer
a crédito, y el calendario asfixia, el reloj mecánico asfixia, el pajarito que
picotea el ego candoroso, dejándolo arrinconado como un cachorrito en una noche
helada. Construye mi busto visco, con acné y herrumbrado, las mejillas con la
mueca rígida de un diplomático, el estertor vacío de una mirada angustiada que
sólo encuentra manchas y objetos observando desde su postura inerme la furia
seria fuga. Pajarera vacía se mece ante la ventisca de un atardecer de verano,
mientras en su interior se asan los obtusos fantasmas desdentados,
desheredados, deshilachados, acuchillados por las gélidas garras felinas.
Marchan infelices los sonajeros por el desfiladero, la fábrica interna
condimenta el corazón de brea, mientras las venas se extinguen a latigazos de
sangre coagulada y las cometas estrangulan adolescentes mientras ascienden al
cielo, los renacuajos se santiguan ante el inexorable desierto ardiendo, ante
la prisión de oasis que los arrastra desesperadamente en la inmensidad. Miles
de dioses inmortales se inmolan en un cráter dinamitado al grito de la solidez
de las ideas.
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