lunes, 9 de abril de 2012

Sólo un tajo


Intermitentes faroles rumiaban sobre el bosque de cemento. Más allá de la noche cerrada la caprichosa imagen del verdugo se imponía. Sus dientes más destellantes que el mismísimo cuchillo, la boca mordaza y colosales silenciadores devorados por violentos maxilares, sus ojos estallando por la rutina ciega del cuerpo desangrado. Sólo esquirlas de pudor flotan en las venas del verdugo, máquina aceitada de las despedidas que parten como un rayo, una línea del grosor de una baba del demonio, del tamaño de un caramelo perdido bajo los asientos de un cine mudo, una nada bostezando. Esgrima petrificada del oponente, que en su impotencia imagina, imagina filos que corten el lazo, brazos liberados, escape al centro del verde follaje, se agita, corrosión de las esperanza, repliegue acobardado de proyectos que gimen ante las perspectiva de una elemental lápida, espuma en las comisuras de la boca, fuente de la desesperación, vomitivo sudor de muerto derrama la dama de cartón mojado. Presente, la mano relajada y colgante bajo el peso de la cuchilla, el olor fresco del bosque en la noche, inspiración celestial cristaliza en los pulmones del insensato. El simple acto de cortar una garganta, un simple tajo, inundar la ciudad de sangre, desinflar en un hilo de aire el bulto palpitante, la cara del terror amordazado, ojos que titubean, epiléptico semi-cadáver rumorea bajo las vendas, implora a sorpresivos semi-dioses y dioses, llega el recorrido del filo con descarada inocencia, el sonido exánime similar al de un atragantado con un caroso, el silbido de la muerte invitando a la expiración definitiva. Una bolsa de carne que queda con los ojos perdidos en el vacío interior, puro reflejo de un ser que abandona su cabina, una cabina cristalina, vacante ahora. Se aleja el negro vendaval, con el orgullo de las trasgresión realizada, el poder de darse y quitar, un caprichoso distribuidor de oportunidades de vida, un Dios en una tarde de abulia matando moscas, la brasa incendiando bosques de humanos. Ciervos infelices ya no pastan.   

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